Roberto Santillán siempre decía —con esa sonrisa de tiburón que tanto enfurecía a sus rivales—
Me juró que vivía solo. Me lo dijo mirándome a los ojos, con esa calma
Sin que me temblara el pulso, lancé la urna con las cenizas de mi “padre”
Durante doce años, sin falta, el día de mi cumpleaños amanecía con el mismo “milagro”